jueves, 27 de diciembre de 2018

La historia de la cúpula azul del Museo de Bellas Artes de Valencia (Curiosidades valencianas#8)



La cúpula del museo en la actualidad.
Fotografía propia. 
LA ZAIDÍA 
La Trinidad

Callejero, hace mucho tiempo te relaté sobre el Skyline de la ciudad de Valencia, de sus edificios más altos y de su historia. Pero, nuestra ciudad, hasta la década de los años 60 del siglo XX, tuvo una silueta muy distinta a la que vemos ahora, pues no solo estaba definida  por las torres de las iglesias, sino también por sus cúpulas azules.

Tal vez, Sorolla tuviera razón en aquello de que el cielo valenciano se veía más azul que en otros lugares de España. Tal vez, el motivo sea por el reflejo del cielo en la cerámica vidriada de esas cuarenta y tres cúpulas que se alzan orgullosas sobre diversos edificios de Valencia.

En el mundo de la Historia del Arte podemos encontrar el significado de esos extraños remates de los edificios religiosos: se trata, nada más ni menos que, de una pequeña representación de la bóveda celeste, el lugar donde habita el Dios y su corte celestial, de una representación metafórica del cielo cristiano, como podemos contemplar en el sinfín de pinturas que pueden decorar sus interiores.

El origen de estas cúpulas azules lo encontramos en la época barroca, en el siglo XVII, cuando la cerámica vidriada de Manises, con su característico tono de azul, comienza a recubrir, no solo a modo de decoración, las tejas de tipo árabe utilizadas para los edificios notables de Valencia. Al aplicar esta capa de color y barniz cerámico lograron que esas piezas fueran impermeabilizas pudiendo evitar así las filtraciones de aguas pluviales, sobretodo de los aguaceros otoñales que siempre ha sufrido Valencia. Al mismo tiempo, las dotaban de un brillo único gracias al sol, potenciando el azul del cielo en los días que hacía buen tiempo. Valencia, con sus tejados deslumbrantes por una capa de esplendor, atraía gentes de fuera a esta rica ciudad, ya fuera para comerciar o para habitar sus calles. 


La primera cúpula azul que vió nuestra ciudad fue la del Colegio del Corpus Christi, mandada construir por el Patriarca Ribera, un precursor en modernidad en su día, en lo que a la construcción de un su seminario de refiere. Desde aquel momento, nuestra ciudad se llenaría de cúpulas, acabando en la más sublime y grande de ellas: la de Las Escuelas Pías.

Pero, hoy quiero contarte la historia de una muy concreta de entre todas ellas: la del Museo de Bellas de Artes de Valencia. Si nos situamos bajo del interior de esta cúpula y alzamos la vista hacia ella, podemos intuir como una bóveda celeste cuajada de estrellas, diminutos puntos de luz que juegan con nuestra percepción, aunque pasa desapercibido para muchos de los visitantes que se adentran al lugar. 


Interior de la cúpula en la actualidad.
Fotografía propia.

La fundación del colegio-seminario de San Pío V fue por Fray Juan Tomás de Roberti, Arzobispo de Valencia en 1677.  Los inicios de la construcción de este monasterio fueron bastante difíciles, existiendo problemas de toda índole, pero eso callejero, te lo contaré otro día.
En el contrato de obras de 1683 se estipuló que la iglesia, de la orden jerónima, finalmente sería de planta octogonal – el actual hall del museo – y estaría cubierta con una gran cúpula de teja vidriada. Dicha cúpula de tambor octogonal, alcanza una anchura de 14 metros, por un altura de 27, toda ella coronada por una linterna de 8 metros.

El arquitecto que elaboró el proyecto fue Juan Pérez Castiel, y el interior de su cúpula iba a estar decorado en profusión como solían estar las iglesias barrocas de la época, recargada de adornos… pero Pérez Castiel falleció y lo continuó su discípulo José Mínguez, quien entre los arquitectos barrocos, era de líneas muy simples y limpias, pecando de un excesivo gusto renacentista.

Mínguez revisó el proyecto de su difunto maestro y comprobó que había elementos que no eran necesarios, o en su defecto estos se podían mejorar. Para ello, comenzó eliminando las cadenas de hierro que deberían abrazar y sujetar la cúpula,  tampoco mandó construir los estribos del exterior del tambor. Incluso, cambió los materiales de la linterna, las planchas de plomo por las tejas azules, por considerarlas más resistentes. Finalmente eliminó la decoración de tallas y florones, por según sus palabras: ser nido de telarañas y polvo

En el año 1746, aún estaban blanqueando el interior de la cúpula, cuando hubo un desgraciado accidente, dos obreros murieron al caer desde lo alto del andamio: Francisco Rullo y Miguel Orero, éste último maestro albañil, casado con una de las hijas del arquitecto Mínguez.
 
Finalmente, el interior de la cúpula, acabó decorado con lunetos y falsas ventanas con la técnica pictórica del trampantojo.

Interior de la cúpula, 1925.
Fotografía: Archivo Militar de Valencia. 
La cúpula tuvo problemas desde el comienzo de la construcción, con la aparición de las primeras grietas. En 1757 al construir unos edificios adyacentes a la iglesia, ya tuvieron la precaución  de tomar medidas para no afectar a los cimientos y que no sufriera la cúpula. Unos años más tarde en 1759, aparece registrado que debían repararse “quiebras en la iglesia”.

Vista de la cúpula en 1851
El tiempo pasaría y la iglesia con la llegada de la Desamortización se convirtió en Casa de la Beneficencia, y posteriormente en Hospital Militar.

A principios de 1900 se hizo una serie de inspecciones, como recoge el periódico de Las Provincias, del 24 de diciembre de 1903, el cual decía que las grietas fueron debidas a un rayo que cayó sobre la cúpula y que los militares decidieron repararlas con un poco de yeso y reabriendo el lugar al culto en 1921.

En agosto de 1924, se percataron de que las grietas iban mucho más allá de las zonas reparadas, por lo que la causa no sólo era del accidente del rayo. Unos expertos llegados para analizar el lugar encontraron serios problemas: arcos con ladrillos sueltos, nuevas grietas, pero sobretodo problemas de humedades.

Los técnicos, al realizar catas en el terreno bajo los pilares, hallaron tierra arcillosa de 1.50 metros de espesor y 2.10 metros de profundidad. Habían dado con la clave, el problema era por las humedades.

¿Pero estas de donde procedían?


Siguieron cavando y haciendo catas hasta encontrar el origen del problema, que era algo pequeño, insignificante, pero no por ello, menos dañino. Se trataba de una pequeña filtración de aguas de la acequia de Mestalla, que pasaba pegada a los muros externos de la iglesia, junto a la sacristía, y que por problemas de humedades en 1879 se había desviado, quedando el cajero de la acequia seco, sirviendo las veces, en algunos tramos, como caudal de aguas negras durante la época de Hospital Militar. A la vez, también pasaba el canal que se había elaborado para traer aguas potables al hospital, y llegaban a un depósito situado en la esquina triangular norte de la iglesia, entre el octógono y el lado recto del claustro, que era utilizado como almacén.

Observaron, en la acequia de Mestalla, estratos de que las aguas habían llegado hasta el nivel de la bóveda del cajero de la acequia en diversas ocasiones. También, hallaron un agujero entre la cimentación del edificio y el punto donde se hizo la desviación de las aguas. Esas filtraciones, más las que pudiera tener el depósito de aguas, sumando la riada de 1879,  habían hecho debilitar la densidad del terreno, ablandando cada vez más y cediendo por el peso de la cúpula, que no había sido en su día reforzada por Mínguez.

La solución a todo ello consistió en secar definitivamente el cajero de la acequia y limpiarlo de fango, sanear los puntos estropeados, recubrir las paredes con hormigón hidráulico y reforzar los cimientos de los pilares con viguetas de hierro.


Plano del andamio utilizado
para demoler la cúpula.
Por último, intentaron también arreglar la cúpula, pero estaba demasiado deteriorada para salvarla. Por eso, el Ministerio de Guerra decidió demolerla, pues suponía una seria amenaza de ruina. Aunque, instituciones como la Academia de Bellas Artes se opusieron a ello. Por otra parte, la Comisión Provincial de Monumentos, también hizo todo lo que pudo para intentar frenar el derribo de la cúpula del antiguo monasterio.

Pero finalmente no se pudo hacer nada, y en junio de 1925 se dió la orden para demoler la cúpula barroca de José Mínguez.  Afortunadamente, existen una serie de fotografías en el Archivo Militar de Valencia, que se añadieron al expediente de derribo, que fueron tomadas unos meses antes, donde se puede ver el aspecto original del interior  de la cúpula y las condiciones en las que se  encontraba.
Para su derribo, alzaron un castillete y una serie de cimbras para ir, poco a poco, desde el interior demoliendo la estructura, salvando algunos de los materiales, para poder venderlos o reutilizarlos en otras edificaciones.

Después de la Guerra Civil, el Museo de Bellas Artes de Valencia, se decidió trasladarlo al antiguo monasterio de San Pío V, y por lo tanto pasó de manos del Ministerio de Guerra al de Educación en 1944.

No sería hasta la década de los años 80, cuando se decidió establecer una serie de medidas y rehabilitar el lugar, y recuperar la imagen originaria del edificio. En el año 1990, fue cuando llegó el turno de la reconstrucción de la cúpula de la iglesia, para dar de magnificencia a la entrada del museo y recuperar la imagen del siglo XVIII que la ciudad había conocido en un pasado.
Sobre las bases ya existentes se construyó un nuevo tambor octogonal, para levantar sobre él, de nuevo la cúpula de teja vidriada y la linterna. Mientras,  en el interior se optó por un enlucido claro, y la restitución de elementos como pilastras, capiteles, cornisas y molduras. Acabándose a mediados de 1992.

Fotografías de la década de 1990

Hoy en día, cuando entramos en el hall del museo, y alzamos la vista podemos admirar la gran cúpula y a su alrededor en la zona interior, unas ventanas, ya que el deambulatorio del interior del tambor de la cúpula se ha aprovechado ese espacio para crear una biblioteca y una sala de investigación del museo.

Vista interior de las ventanas de la biblioteca.

La cúpula desde el patio del restaurante del museo.
Fotografía propia. 


lunes, 24 de diciembre de 2018

El Mercado de Colón (Mercados de Valencia#2)




ENSANCHE
Gran Via

Callejero, tal vez te encuentres paseando, o en búsqueda de tus compras navideñas, por la zona del ensanche, llegando a la calle de Jorge Juan, concretamente al número 19. Párate un instante y admira el edificio que se alza ante tus ojos, se trata del llamado Mercado de Colón. 

Su origen lo encontramos en la necesidad que tenía la sociedad burguesa, de la Valencia del siglo XIX, en un mercado próximo a sus hogares, para no tener que desplazarse hasta el Mercado Central o al mercado de Ruzafa. 

El Mercado de Colón en 1917. 

Fachada principal en el
 momento de su construcción. 
El proyecto originario fue presentado por Francisco Mora un 17 de abril de 1913, aunque fue modificado por las sugerencias de la Comisión de Ensanche, afectando sobretodo al diseño de las fachadas y añadiendo los voladizos del tejado. En agosto de ese mismo año, se realizaron los estudios de las propuestas de añadir unos sótanos al proyecto.

Las obras comenzaron en 1914 y acabaron dos años después. La inauguración fue el 24 de diciembre de 1916, día de Nochebuena, convirtiéndose en un espectáculo para el barrio, según cuentan las crónicas de la ciudad: desde la plaza de toros salió una cabalgata, donde participó la Guardia Municipal Montada, los grupos de vendedores que iban a trabajar ahí: pesca, aves y carnes, flores, frutas y hortalizas, seguidos por una  carroza ocupada por la reina de la Fiesta y sus damas de honor, la Banda Municipal y cerrando la comitiva la Guardia Civil. 

Interior del Mercado de Colón en estos días de Navidad.
Fotografía propia. 
                                   
El mercado concebido por Mora, no fue bien visto en el mundo de la arquitectura, pues lo consideraban modernista – un apelativo negativo para la época -  con formas alocadas y decoraciones banales, y materiales diferentes a los tradicionales, como el uso de la fundición de hierro, ladrillo y vidrio.  

Vista de la cubierta y los pilares de hierro fundido.
Fotografía propia.
El Mercado de Colón consta de una planta basilical, de tres naves, cuya central se alza a 18,60 metros, a diferencia de las laterales que miden 9,70 metros con voladizos de 6 metros cada una. Lo más llamativo es su armazón de cerchas y arcos metálicos, unidos mediante grandes tornillos a los pilares de fundición que soportan la gran cubierta, hecha a base de placas de cemento. Todo ello rematado por un lucernario que recorre toda la cumbrera, proporcionando luz natural al interior del edificio. 


Detalle del  lucernario, las cerchas y los arcos.
Fotografía propia. 

El mercado consta de dos grandiosas puertas: la puerta principal que recae a la calle de Jorge Juan. Esta puerta tiene una altura de 31 metros de altura, por una luz de 7,50 metros. Está elaborada a base de ladrillo rojo, flanqueada por dos pináculos, donde arranca un gran arco elíptico, cerrado por una gran cristalera y una marquesina protegiendo la entrada. La fachada la corona un escudo de la ciudad de Valencia. 



Puerta de Jorge Juan
Fotografía propia
Por el otro lado, la fachada de la calle de Conde Salvatierra, es también de ladrillo y piedra, apoyada en dos pináculos laterales de puntas de cerámica vitrificada, cuenta con un gran arco ojival de 16 metros de altura con una luz de 13 metros, pero lo que llama la atención de esta puerta es el mosaico cerámico con alegorías a la huerta, donde aparecen valencianos, naranjos y flores.

Puerta de Conde Salvatierra
                             
Detalle de los mosaicos valencianos.

En su interior, en el primer piso se encontraban los puestos de mercado, por los que se pueden acceder por las citadas puertas. Todo el recinto está cercado por una verja de hierro y piedra natural, en cuyos chaflanes se alzan cuatro pequeños edificios, utilizados como aseos públicos y almacenes.

Verja de hierro que rodea el mercado.
Fotografía propia. 

El Mercado de Colón estuvo en uso desde principios del siglo XX, hasta finales del mismo, cuando comenzó a decaer, pues algunos comerciantes abandonaron el mercado por la tan ansiada jubilación, otros cerraron porque no podía permitirse la pérdida de clientes, también por la falta de mantenimiento del lugar… Así que, desde 1997 hasta 2003, el mercado sufrió una gran remodelación y restauración en su estructura de la mano de Luis López, que añadió la alberca del primer sótano y el aparcamiento.

Alberca en el sótano del mercado, decorada de Navidad.
Fotografía propia. 
Actualmente, podemos disfrutarlo como centro comercial de ocio. Donde además, podemos encontrar excelentes restaurantes, la Horchateria Daniel , una biocafetería y biocervecería, algunas cervecerías extranjeras, un lujoso restaurante japonés y hasta una floristería, entre otros comercios.

Horchateria Daniel, uno de los locales que tienen en la ciudad.

Sótano donde se aprecian alguno de los locales.
Fotografía propia. 
Finalmente la zona central del mercado, está destinada a eventos culturales de temporada.

Actualmente en la zona de eventos temporales, podemos encontrar
puestos donde se venden belenes y adornos navideños.
Fotografía propia.

En el año 2007, fue declarado como Bien de Interés Cultural, por ser uno de los mejores ejemplos de la arquitectura modernista en Valencia, otro motivo más para visitarlo.

martes, 18 de diciembre de 2018

El Casino del Americano (Edificios históricos#4 )


El Casino del Americano en la actualidad.
Fotografía propia.
BENICALAP
Ciutat Fallera

Callejero, tal vez paseando por el barrio de Benicalap, te hayas fijado que al final de la avenida de Burjassot y la ronda norte, se encuentra un antiguo palacete rodeado de un jardín abandonado, pero aun así queda un resquicio de lo que fue en el pasado. 

El edificio en su época de esplendor. 
Este antiguo palacete, al igual que muchos otros, fue en su día  una  de las fincas de recreo que solían construir los burgueses de Valencia a finales de siglo XIX, en poblaciones cercanas a la capital.

Vista lateral de la finca en 1958
Se construían con el objetivo de proporcionar tranquilidad a los propietarios, alejados del bullicio de la ciudad y así poder disfrutar durante un tiempo de aire puro y estar en contacto con la naturaleza, o dar paseos por la huerta en las horas de la fresca. Este tipo de edificios solían tomar diferentes estilos arquitectónicos, como es el tipo de chalet dentro de la población, la casa urbana con diferentes alturas y rodeada de jardín y como no, el tipo palacete como es en este caso: una gran casa de recreo rodeada de una gran área de jardín y protegida por una cerca y apartada de la ciudad de Valencia. Aunque hoy en día, se ha convertido en un edificio ruinoso y un jardín abandonado. Una verdadera pena, pues es la única villa indiana que existe en nuestra ciudad. Está distribuida en una entrada principal, que daba a un gran vestíbulo con salida al jardín trasero. A la izquierda del recibidor estaban los salones y a la derecha el despacho, la escalera y la cocina. En la segunda planta las habitaciones con baño y finalmente en la tercera planta, que accede al torreón, las habitaciones del servicio.

Según cuenta la historia, ésta mansión de campo fue construida en 1869 a petición de Don Joaquín Mejía, un militar de Granada que había sido destinado a Cuba, donde se había casado con una potentada habanera, Mercedes González- Larrigana, cuya familia hacía negocio con la caña de azúcar. Por circunstancias, el matrimonio se afincó en Valencia, donde el señor Mejía compró una parcela de 30.000 m² de huerta en la zona de Benicalap, donde mandó construir el edificio imitando la arquitectura tradicional cubana, porque deseaba que su esposa se sintiera como en su tierra natal.

La casa que diseñó Manuel Pión y Canelles fue bautizada como Quinta de Nuestra Señora de las Mercedes, en homenaje a la cubana. Pero las gentes del lugar empezaron a referirse al edificio como Casino del Americano. Durante ese tiempo Joaquín Mejía y Manuel Piñón forjaron una gran amistad, hasta el punto de salvar una fábrica de mosaico: La Alcudiana.

Tras la muerte de Doña Mercedes, el indiano decidió vender sus propiedades para regresar a Granada. La fábrica pasó  en su totalidad a Manuel Piñón, mientras que la mansión de campo la vendió a su hijastro, Jacinto Gil de Avalle, fruto del primer matrimonio de su esposa.

Años después, Ángeles Gil Avalle y Grau, nieta de Doña Mercedes, vendió la residencia a un empresario valenciano, Plácido Navarro Pérez, siendo sus familiares los últimos moradores del Casino Americano.

En los años 80 funcionó como colegio privado, posteriormente como discoteca y local de copas llamado Saudi Park. Finalmente quedó abandonado, siendo objeto de diversos expolios de sus elementos decorativos, como los bronces de la escalera o unas figuras de Buda orientadas en los cuatro vientos. 

El edificio fue expropiado por el Ayuntamiento de Valencia en 2011. La crisis económica y la falta de fondos propició el desuso del inmueble, sufriendo ataques vandálicos, saqueos, pintadas, ocupaciones, incluso incendios y fiestas ilegales, hasta el punto que la policía tuvo que intervenir para precintarlo. Por eso, podemos encontrar algunas ventanas y puertas tapiadas, mientras que por algunas aún abiertas entran las inclemencias del tiempo, además de animales como felinos o pájaros, contribuyendo a la degradación de los murales que decoran sus salas.


Fachada trasera del Casino del Americano.
Fotografía propia. 
Detalle de una de las ventanas abiertas.
Fotografía propia. 


Uno de los gatos que pueblan el lugar.
Fotografía de Antonio Marín Segovia
Serie de fotografías del estado del interior del edificio:


Fotografía de Antonio Marín Segovia
Fotografía de Antonio Marín Segovia. 

Estado del techo de una de las salas.
Fotografía de Antonio Marín Segovia. 
Efecto del incendio en una de las zonas.
Fotografía de Antonio Marín Segovia. 

Estado de la cúpula.
Fotografía de Antonio Marín Segovia. 

Retrato de Velázquez en la pechina de la cúpula.
Fotografía de Antonio Marín Segovia. 

Retrato de Colón en la pechina de la cúpula.
Fotografía de Antonio Marín Segovia. 

Su abandono está haciendo que llegue a convertirse en una ruina irreparable, afectando a la verja que ha comenzado a derrumbarse al ceder por la rotura de los ladrillos, causada por las raíces de la hiedra, y por donde es posible colarse al interior del recinto al jardín,  en su día fue espléndido, con un corredor de palmeras, que hace unos años atrás, fueron afectadas por la plaga del picudo rojo, causando su desaparición y cambiando la imagen de este jardín abandonado, llenándose de maleza de todo tipo y convirtiéndose en un lugar peligroso, para quienes se aventuran a adentrarse al edificio pisando entre hierbajos, donde aún podemos encontrar los restos de lo que un día fue una fuente, de la cual queda una alberca y una pérgola de metal oxidada. 


Palacete y pérgola, vista general del jardín.
Fotografía propia.


La antigua pérgola de metal.
Fotografía propia.

Jardín abandonado lleno de hierbas y los estos de la alberca.
Fotografía propia.
                                 
Base de alguna de las esculturas que adornaba el recinto.
Fotografía propia. 
Uno de los torreones que custodian el antiguo muro.
Fotografía propia. 

Puerta de la garita.
Fotografía propia.
                                             
Estado del interior de la bóveda de la garita.
Fotografía propia. 
Detalle del marco de la puerta visto desde el interior.
Fotografía propia. 
Como hemos comentado antes, es propiedad del Ayuntamiento de Valencia y existe un proyecto de ampliación del Parque de Benicalap que incluye su rehabilitación, con la finalidad de convertir el Casino Americano en una Escuela Taller de Jardinería y Oficios Varios, como propusieron los vecinos del barrio, y convertir su terreno en huertas urbanas y hacer un pequeño bosque sostenible.

Sería muy interesante que se hiciera realidad este proyecto, no solo porque propiciaría nuevos empleos a los valencianos, sino que sería una forma de rehabilitar, consolidar y conservar este edificio que forma parte de nuestra historia, sobretodo de los vecinos de Benicalap. Un tesoro de nuestro patrimonio decimonónico artístico. Pero hoy en día no es sino, que otro caso más de nuestra ciudad, donde habría que actuar para mantenerlo adecuadamente y que no se perdiera parte de nuestro legado.

Vista del Casino Americano, detrás el Parque de Benicalap
y la ciudad de Valencia muy próxima. Fotografía de: El Levante EMV. 

  
Ubicación en el Mapa 

viernes, 14 de diciembre de 2018

La fuente de la Rosaleda (Fuentes de Valencia# 16)

La fuente del jardín de cuento.
LA ZAIDIA
Trinitat. 

Se trata de otra fuente olvidada de Valencia. Aunque, no lo estuvo en su origen, pues se encontraba en pleno corazón de la ciudad, en la mismísima plaza de la Reina, donde actualmente está la entrada al aparcamiento y fue trasladada de ahí en 1973, cuando se remodeló la plaza.


La fuente antiguamente en la plaza de la Reina

La fuente en sí, no representa nada, ni tiene ningún valor artístico. Solamente, se trata de una gran alberca circular, donde hay una gran taza totalmente circular, sino fuera por un pequeño murillo cóncavo que rompe la forma. La única gracia de la cual, se trata del juego de surtidores y luces de colores que la decoran, y juegan con las sombras de la noche.

Fotografía propia

Sin duda, un bonito rincón romántico de Viveros con un agradable perfume a rosas, pues la encontramos en la grandiosa rosaleda de Valencia, donde podemos disfrutar, aparte de la fuente, de un espléndido jardín de rosales, formado a base de círculos, que nos invita a pasear y a contemplar las 62 variedades de rosales. El origen de este bello entorno se lo debemos al antiguo alcalde de Valencia, Vicente López Rosat, que impulsó su creación tras un certamen de Iberflora y rescató la fuente de la plaza de la Reina, para configurar esta bonita zona en nuestra ciudad.


Vista aérea de la rosaleda.