Año de Nuestro Señor 2020, penúltimo día del mes de marzo.
Hoy
comenzamos nuestra peregrinación en busca de las cruces de término de la ciudad
de Valencia y sus alrededores.
De buena
mañana salimos de casa y nos hacemos al camino, nuestros pies se encuentran
entumecidos pues son muchos los días que han estado sin hacer esfuerzo. Poco a
poco, paso a paso, nuestro cuerpo va tomando el ritmo de la caminata.
Respiramos
hondo y podemos sentir un aire fresco, pero no porque es la primera hora de la
mañana, sino que no está contaminado con eso que se llama polución y provocan
esos carros de metal que son tirados por potentes caballos invisibles. Las
calles están desiertas no hay ni un alma, en otras ocasionalmente encontramos a
una o dos personas que se alejan deprisa sin cruzar palabra, ni si quiera unos
buenos días, el ambiente está tenso pues aún existe el miedo y el riesgo de
caer contagiado por la epidemia que está visitando la ciudad.
Alzo la
mirada al cielo, está encapotado casi a punto de llover, tal vez por eso el
aire huele a fresco. El céfiro se presenta hoy pintado de suaves y sutiles
añiles, alguna nube desgarrada del color del algodón sucio.
Al regresar
la vista a nuestro camino nos ajustamos sobre el rostro el extraño cubrebocas
que nos obligan a llevar, nuestras manos van enfundadas en unos guantes de un
tejido difícil de explicar: son finos como la seda, se pegan a la piel como una
segunda piel, y son de un material que según me han contado se llama látex y es
una especie de salvia de un árbol de una tierra extranjera.
El caminar
por Valencia da autentico miedo, lo dicho apenas hay gente y la que se
encuentra huyen como si de la peste se tratara.
Desde el
lugar que residimos hasta la primera cruz de término que tengo que visitar hay
una larga distancia. Poco a poco, minutos tras minutos estamos acortando la
distancia y finalmente llegamos a las afueras de la ciudad, por un camino cubierto
de esa extraña argamasa negra que me dijeron que se llamaba alquitrán.
La senda
tiene un nombre peculiar: Autovía de la Ronda Norte. Y nuestro objetivo es la
llamada “Cruz de término de la Autovía de Barcelona”.
Con cuidado
de que no nos arrollen esos extraños carruajes de metal, cruzamos el Bulevar Periférico
Norte, o eso pone en un rótulo.
Caminamos con
tiento por la orilla de ese negro camino de piedra entre los campos que aún
perduran de la antigua alquería de Benimaclet.
El aire nos
viene de cara, es fuerte y frío pues son los extraños carros los que nos lo echan
a la faz…
Apenas hemos
recorrido unos cientos de pasos cuando vemos el camposanto de Benimaclet, nos
detenemos un momento y nos persignamos en señal de respeto de los que allí
reposan. Tomamos un pequeño sorbo de agua, de la cilíndrica y trasparente
calabaza de agua, fabricada de un material traslucido como el cristal, pero
fuerte que si cae a tierra no se quebra.
Nos han
informado de que nuestro objetivo está cerca de una taberna de pernoctación llamada “El Potro”. Valioso dato para no perdernos en nuestro caminar.
Nuestra
vista recorre los campos de chufa, ese pequeño tubérculo del cual los valencianos
sacan esa bebida tan refrescante para el verano.
Unos pocos
pasos más y cruzamos la acequia de la Vera, falta poco para el secador de chufa
de Panach y ya llegaremos a esa posada donde frente a ella se encuentra la
cruz.
Sí, al fin
vemos aparecer ante nosotros el pequeño parador del Potro. ¡Venga solo nos falta
unos cuantos pasos más!
Caminamos y
ante nosotros se alza la Cruz de la Autovía de Barcelona.
Nos quedamos anonadados pues se trata de un humilladero un tanto extraño, o tal vez no para aquellas personas que viajan en esos carros de metal.
Nos quedamos anonadados pues se trata de un humilladero un tanto extraño, o tal vez no para aquellas personas que viajan en esos carros de metal.
Pues el
monumento es de complicada fábrica, como si lo hubiera hecho un herrero con
premura al igual que el picapedrero que ha tallado su base.
Saco de
entre mis ropas un pliego de papel y con un carboncillo trazo un rápido dibujo
de lo que ven mis ojos.
Junto al
dibujo escribo una breve descripción:
Está formada
por un basamento de piedra, obra de Román Giménez, a tres bandas de color
blanco.
La cruz es
de hierro hecha con la sobre exposición de planchas de metal soldadas y recortadas
de forma moderna. Aparecen representadas alusiones a los santos Vicentes y
algunos ángeles a la imaginación de un escultor de Mora de Rubielos llamado
José Gonzalvo Vives.
El escudo de
la ciudad de Valencia está presente. Todo el conjunto está fechado en tercer
día de mayo de 1965.
Guardamos el pliego y nos dirigimos a la taberna. Quizás con suerte se halle abierta.
Mañana continuaremos nuestro caminar...
Mañana continuaremos nuestro caminar...
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COMENTARIOS DE
LOS AMIGOS DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL
30 de marzo
2020. Capitulo: Autovía de Barcelona.
Pilar: Excelente
introducción Isabel
Sabín: Buen
trabajo, Isabel. Una excursión virtual no es una mala solución en tiempos de
cólera... digo, de virus. ¿Para cuándo la próxima escapada virtual?
Chimo Collado: me
ha encantado, parece que te estoy oyendo, gracias.
Isidoro: gracias.
Pilar Alberti: Gracias
y que ingenio tienes. Cuidaros.
Mari Carmen: Vaya
q ideas tenéis más chulas.
Marisa Romero: Así
sí. me ha gustado, gracias, Isabel.
Rosa Ruiz: Isabel
chulísimo !! Muchísimas gracias
Susana: Gracias
Isabel. Muy chulo
Maribel: Me ha
encantado, muchas gracias Isabel
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