La cúpula del museo en la actualidad. Fotografía propia. |
La Trinidad
Callejero, hace mucho tiempo te
relaté sobre el Skyline de la ciudad
de Valencia, de sus edificios más altos y de su historia. Pero, nuestra ciudad, hasta la década de los años 60 del siglo XX, tuvo una silueta muy distinta a la
que vemos ahora, pues no solo estaba definida por las torres de las iglesias, sino también por sus cúpulas azules.
Tal vez, Sorolla tuviera razón en
aquello de que el cielo valenciano se veía más azul que en otros lugares de
España. Tal vez, el motivo sea por el reflejo del cielo en la cerámica vidriada de
esas cuarenta y tres cúpulas que se alzan orgullosas sobre diversos edificios
de Valencia.
En el mundo de la Historia del
Arte podemos encontrar el significado de esos extraños remates de los edificios religiosos: se trata, nada más ni
menos que, de una pequeña representación de la bóveda celeste, el lugar donde
habita el Dios y su corte celestial, de una representación metafórica del cielo
cristiano, como podemos contemplar en el sinfín de pinturas que pueden decorar
sus interiores.
El origen de estas cúpulas azules lo encontramos en la época barroca, en el siglo XVII, cuando la cerámica
vidriada de Manises, con su característico tono de azul, comienza a recubrir,
no solo a modo de decoración, las tejas de tipo árabe utilizadas para los
edificios notables de Valencia. Al aplicar esta capa de color y barniz cerámico
lograron que esas piezas fueran impermeabilizas pudiendo evitar así las
filtraciones de aguas pluviales, sobretodo de los aguaceros otoñales que
siempre ha sufrido Valencia. Al mismo tiempo, las dotaban de un brillo
único gracias al sol, potenciando el azul del cielo en los días que hacía buen
tiempo. Valencia, con sus tejados deslumbrantes por una capa de esplendor, atraía gentes de fuera a esta rica ciudad, ya fuera para comerciar o para habitar sus
calles.
La primera cúpula azul que vió
nuestra ciudad fue la del Colegio del Corpus Christi, mandada construir por el
Patriarca Ribera, un precursor en modernidad en su día, en lo que a la construcción
de un su seminario de refiere. Desde aquel momento, nuestra ciudad se llenaría de
cúpulas, acabando en la más sublime y grande de ellas: la de Las Escuelas Pías.
Pero, hoy quiero contarte la
historia de una muy concreta de entre todas ellas: la del Museo de Bellas de
Artes de Valencia. Si nos situamos bajo del interior de esta cúpula y alzamos la vista hacia ella, podemos intuir como una bóveda celeste cuajada de estrellas,
diminutos puntos de luz que juegan con nuestra percepción, aunque pasa
desapercibido para muchos de los visitantes que se adentran al lugar.
Interior de la cúpula en la actualidad. Fotografía propia. |
La fundación del
colegio-seminario de San Pío V fue por Fray Juan Tomás de Roberti, Arzobispo
de Valencia en 1677. Los inicios de la
construcción de este monasterio fueron bastante difíciles, existiendo problemas de toda índole, pero eso callejero, te lo contaré otro día.
En el contrato de obras de 1683 se estipuló que la iglesia, de la orden jerónima, finalmente sería de planta
octogonal – el actual hall del museo – y estaría cubierta con una gran cúpula
de teja vidriada. Dicha cúpula de tambor octogonal, alcanza una anchura de 14
metros, por un altura de 27, toda ella coronada por una linterna de 8 metros.
El arquitecto que elaboró el
proyecto fue Juan Pérez Castiel, y el interior de su cúpula iba a estar
decorado en profusión como solían estar las iglesias barrocas de la época,
recargada de adornos… pero Pérez Castiel falleció y lo continuó su discípulo José
Mínguez, quien entre los arquitectos barrocos, era de líneas muy simples y
limpias, pecando de un excesivo gusto renacentista.
Mínguez revisó el proyecto de su
difunto maestro y comprobó que había elementos que no eran necesarios,
o en su defecto estos se podían mejorar. Para ello, comenzó eliminando las
cadenas de hierro que deberían abrazar y sujetar la cúpula, tampoco mandó
construir los estribos del exterior del tambor. Incluso, cambió los materiales de la
linterna, las planchas de plomo por las tejas azules, por
considerarlas más resistentes. Finalmente eliminó la decoración de tallas y
florones, por según sus palabras: ser nido
de telarañas y polvo
En el año 1746, aún estaban
blanqueando el interior de la cúpula, cuando hubo un desgraciado accidente, dos
obreros murieron al caer desde lo alto del andamio: Francisco Rullo y Miguel
Orero, éste último maestro albañil, casado con una de las hijas del arquitecto
Mínguez.
Finalmente, el interior de la cúpula, acabó decorado con lunetos y falsas ventanas con la técnica pictórica del trampantojo.
Interior de la cúpula, 1925. Fotografía: Archivo Militar de Valencia. |
La cúpula tuvo problemas desde el comienzo de la construcción, con la aparición de las primeras grietas. En 1757 al construir unos edificios adyacentes a la
iglesia, ya tuvieron la precaución de tomar medidas para no afectar a los cimientos y que
no sufriera la cúpula. Unos años más tarde en 1759, aparece registrado que
debían repararse “quiebras en la iglesia”.
Vista de la cúpula en 1851 |
El tiempo pasaría y la iglesia
con la llegada de la Desamortización se convirtió en Casa de la Beneficencia, y
posteriormente en Hospital Militar.
A principios de 1900 se hizo una
serie de inspecciones, como recoge el periódico de Las Provincias, del 24 de diciembre de 1903, el cual decía que las grietas
fueron debidas a un rayo que cayó sobre la cúpula y que los militares
decidieron repararlas con un poco de yeso y reabriendo el lugar al culto
en 1921.
En agosto de 1924, se percataron
de que las grietas iban mucho más allá de las zonas reparadas, por lo que la
causa no sólo era del accidente del rayo. Unos expertos llegados para analizar el
lugar encontraron serios problemas: arcos con ladrillos sueltos, nuevas grietas, pero
sobretodo problemas de humedades.
Los técnicos, al realizar catas en
el terreno bajo los pilares, hallaron tierra arcillosa de 1.50 metros de espesor
y 2.10 metros de profundidad. Habían dado con la clave, el problema era por las
humedades.
¿Pero estas de donde procedían?
Siguieron cavando y haciendo
catas hasta encontrar el origen del problema, que era algo pequeño,
insignificante, pero no por ello, menos dañino. Se trataba de una pequeña filtración
de aguas de la acequia de Mestalla, que pasaba pegada a los muros externos de
la iglesia, junto a la sacristía, y que por problemas de humedades en 1879 se
había desviado, quedando el cajero de la acequia seco, sirviendo las veces, en
algunos tramos, como caudal de aguas negras durante la época de Hospital
Militar. A la vez, también pasaba el canal que se había elaborado para traer
aguas potables al hospital, y llegaban a un depósito situado en la esquina
triangular norte de la iglesia, entre el octógono y el lado recto del claustro, que era utilizado como almacén.
Observaron, en la acequia de
Mestalla, estratos de que las aguas habían llegado hasta el nivel de la bóveda
del cajero de la acequia en diversas ocasiones. También, hallaron un agujero entre la
cimentación del edificio y el punto donde se hizo la desviación de las aguas.
Esas filtraciones, más las que pudiera tener el depósito de aguas,
sumando la riada de 1879, habían hecho
debilitar la densidad del terreno, ablandando cada vez más y cediendo por el peso
de la cúpula, que no había sido en su día reforzada por Mínguez.
La solución a todo ello consistió en secar definitivamente
el cajero de la acequia y limpiarlo de fango, sanear los puntos
estropeados, recubrir las paredes con hormigón hidráulico y reforzar los cimientos de los pilares con viguetas de hierro.
Plano del andamio utilizado para demoler la cúpula. |
Por último, intentaron también arreglar
la cúpula, pero estaba demasiado deteriorada para salvarla. Por eso, el
Ministerio de Guerra decidió demolerla, pues suponía una seria amenaza de ruina. Aunque, instituciones como la Academia de
Bellas Artes se opusieron a ello. Por otra parte, la Comisión Provincial de
Monumentos, también hizo todo lo que pudo para intentar frenar el derribo de la
cúpula del antiguo monasterio.
Pero finalmente no se pudo hacer
nada, y en junio de 1925 se dió la orden para demoler la cúpula barroca de José
Mínguez. Afortunadamente, existen una
serie de fotografías en el Archivo Militar de Valencia, que se añadieron al
expediente de derribo, que fueron tomadas unos meses antes, donde se puede ver
el aspecto original del interior de la
cúpula y las condiciones en las que se
encontraba.
Para su derribo, alzaron un castillete y una serie
de cimbras para ir, poco a poco, desde el interior demoliendo la estructura,
salvando algunos de los materiales, para poder venderlos o reutilizarlos en
otras edificaciones.
Después de la Guerra Civil, el
Museo de Bellas Artes de Valencia, se decidió trasladarlo al antiguo monasterio
de San Pío V, y por lo tanto pasó de manos del Ministerio de Guerra al de Educación en 1944.
No sería hasta la década de los
años 80, cuando se decidió establecer una serie de medidas y rehabilitar el
lugar, y recuperar la imagen originaria del edificio. En el año 1990, fue cuando
llegó el turno de la reconstrucción de la cúpula de la iglesia, para dar de magnificencia
a la entrada del museo y recuperar la imagen del siglo XVIII que la ciudad
había conocido en un pasado.
Sobre las bases ya existentes se construyó un nuevo tambor
octogonal, para levantar sobre él, de nuevo la cúpula de teja vidriada y la
linterna. Mientras, en el interior se optó por un enlucido claro, y la restitución
de elementos como pilastras, capiteles, cornisas y molduras. Acabándose a mediados de 1992.
Fotografías de la década de 1990 |
Hoy en día, cuando entramos en el hall del museo, y alzamos la vista podemos admirar la gran cúpula y a su alrededor en la zona interior, unas ventanas, ya que el deambulatorio del interior del tambor de la cúpula se ha aprovechado ese espacio para crear una biblioteca y una sala de investigación del museo.
Vista interior de las ventanas de la biblioteca. |
La cúpula desde el patio del restaurante del museo. Fotografía propia. |
Interesante artículo. Por favor, ¿podrías citar la fuente sobre las cadenas de hierro que no puso Mínguez?
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