L´OLIVERETA
Nou Moles
Callejero, un 14 de octubre de 1957... una fuerte desgracia inundó nuestra ciudad.
Quizás seas demasiado joven para saber lo que ocurrió, quizás viviste esa trajedia en tus propias carnes y marcó tu familia y tu vida...
Por eso hoy, que se cumplen 60 años de aquel fatídico día quiero relatar esto, como un homenaje a todos los protagonistas de esa historia.
La Valencia del año 57 era una Valencia en blanco
y negro.
Una ciudad de tamaño medio, con aspiraciones medias. La economía no se
mostraba alegre y una buena parte de la culpa, la había tenido la gran helada de
la cosecha de cítricos de 1956, que si a
Valencia la había dejado sin una parte sustancial de sus recursos, a España le había secuestrado
sus divisas. Los tranvías recorrían unas calles sin apenas coches, donde solo
35 semáforos regulaban el tráfico en los cruces más peligrosos. El viernes 11
de octubre, la Jefatura de Tráfico concedió la última matrícula del día
V-45347. Los teléfonos no llegaban a 50.000, los guardias municipales apenas
pasaban de 500 y los recién salidos Seat 600 se compraban a 65.000 pesetas (20.000 euros de ahora). Había aún una docena larga de herrerías en la ciudad, cientos de ultramarinos y
no pocas vaquerías. No había emisiones regulares de televisión y la radio era
la dueña suprema del entretenimiento familiar. En la Lonja de Pescado el bacalao se cotizaba de 8 a 14 ptas/kg. Las cigalas entre 35 y 53 ptas/kg y los
langostinos, reservados para los más privilegiados, entre 135 y 140 ptas/kg.
Esa Valencia fue la que recibió entre los días 13
y 14 de octubre un mazazo en forma de
riada, un duro golpe del que tardó en reponerse, pero que sirvió de
aldabonazo, de punto de partida hacia una Valencia moderna. Valencia aprovechó
la oportunidad y transformó el dolor y la conmoción en energía creadora que impulsó a la ciudad hacia una nueva época.
Aunque poca gente lo recuerde, el día 12, sábado, ya hubo inundaciones en la ciudad. De hecho se recogieron 57.1 l/m2 y los bomberos tuvieron que intervenir en algunas zonas.
El domingo 13 de octubre llovió poco sobre Valencia (2,8l/m2) La ciudad vivió su día de fiesta de la Hispanidad con un aire de aburrida normalidad, sólo alterada por la gran cantidad de vecinos que pasaban en cama la epidemia de la gripe, llamada ese año “la asiática”, que se caracterizaba por dar mucha fiebre y bastante malestar.

A las tres y media de la tarde seguía sin llover.
Y se formó una larga cola frente al cine Lys, donde se proyectaba por última
vez, después de 22 semanas de grandioso éxito, “El último cuplé”, el gran
reconocimiento popular de Sarita Montiel. En el Goya programaban ese día “Sissi
Emperatriz”, en el Capitol “Duelo en la jungla”.
La noticia estrella del mes
era sin duda el lanzamiento del “Sputnik”, el primer satélite artificial de la
Tierra, lanzado por la Unión Soviética sólo 10 días antes.

La tarde en la
ciudad transcurría calmada, aunque el cielo estaba muy cerrado. La gente no lo
sabía, pero en las tierras del interior estaba diluviando casi sin interrupción durante
todo el día. El imaginario polígono configurado por las ciudades de Lliria,
Segorbe, Chelva, Requena y Buñol había recibido intensísimas precipitaciones.
De modo que los ríos Palancia y Mijares en Castellón, más el barranco
Carraixet y los ríos Magro y Túria en Valencia, estaban creciendo de forma
alarmante.
“Señor Gobernador: Llamó para informarle de que el
río viene muy fuerte. Se está saliendo sobre las huertas, llega a la población
y tiene una furia nunca vista. Esto es grave. En unas horas tendrá en Valencia
una gran riada”.
Este mensaje llegó al filo de las 21:00 hrs.
procedente de Pedralba. Don Francisco Calduch Navarro, trabajaba por aquel
entonces en la Dynamis, una de las más antiguas centrales hidroeléctricas del
Túria, a escasos kilómetros de Pedralba. Fue él, quien desde un teléfono de campaña abandonado por las tropas de la república tras la guerra, pudo ponerse
en contacto con Llíria, donde aún funcionaban las líneas y desde donde se pudo
avisar al marqués de la Bastida, José Puchol, quien finalmente avisó al
gobernador civil. Sobre las 22:40 hrs. se informaría de nuevo desde Pedralba que el
río llevaba 6 metros sobre su nivel habitual.
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Central hidroeléctrica Dynamis. |
Sobre las 23hrs. se decidió dar la alarma:
guardias civiles y policías, serenos y vigilantes, avisarían a los vecinos en
las zonas más expuestas a la fuerte avenida que estaba por llegar: Campanar,
Tendetes, Marxalenes, Sagunt, Zaidía, Blanquerías, Alameda, Jacinto Benavente,
Monteolivete y por descontado, Nazaret y Cantarranas, el Grao, el Cabañal y
Malvarrosa. A esa hora, las emisoras de radio valencianas,
siguiendo instrucciones de las autoridades interrumpieron sus programación habituales y emitieron mensajes de alerta ante la llegada de una fuerte
inundación.
El gobernador civil D. Jesús Posada Cacho y el alcalde D. Tomás Trénor Azcárraga, con sus
respectivos secretarios y ayudantes, más algunos concejales partieron hacia la
Comandancia de Marina, muy cerca de la desembocadura del Turia. No mucho
después, sobre las 23:30 hrs. el caudal del Túria superaba sus límites en la
presa de Manises y se hacía imparable en “La Cassola” de Quart de Poblet.
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Presa de Manises |
Y en Valencia, misteriosamente no llovía. El agua
subía y subía de nivel y entre las 24 y la 1 de la madrugada creció más de 2
metros y aumentó su furia.
A la 1 y media de la madrugda el Túria llevaba 1000m3/seg.
A esa hora, el puente entre Quart y Paterna había sido superado por las aguas,
que en Mislata habían triplicado el ancho natural del río, que al llegar a
Campanar, amplia los borrosos márgenes habituales.
El Camino viejo de Xirivella,
la calle de Castán Tobeñas, las inmediaciones de la cárcel Modelo y el Paseo de
la Pechina fueron las primeras zonas en sufrir la inundación. Al llegar a la
barrera del Puente de Campanar, con la que se iba estampando más y más maleza,
el agua pugnaba por continuar y lograba abrirse paso por la orilla izquierda y
el Túria se derramó con furia sobre la huerta inocente de la partida de Sant
Pau, en Campanar, y más allá, hasta Tendetes. En la orilla derecha, el agua
brava se metía en la cárcel de mujeres, en el Matadero Municipal y dejaba como
una isla el edificio Ferca, de los agentes comerciales, donde moría la Gran Vía
de Fernando el Católico.
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El barrio de Tendetes, al fondo al otro lado del río, el Jardín Botánico |

Fallaban los teléfonos y las luces de las calles, el
agua potable perdió presión, comenzó a manar sucia y la electricidad faltó en
la mayoría de los barrios. Los teléfonos se colapsaron por falta de líneas y
por exceso de demanda. Docenas y docenas de trapas del alcantarillado, pesadas
como losas, fueron despedidas por los surtidores que desde el subsuelo comenzaron
a vomitar agua sucia sobre las calles.
El agua
afectó a gran cantidad de chabolas situadas en pleno dominio público
hidráulico, a pesar de que el 1 de octubre de 1949, tras la última crecida del
río, se prohibió la ocupación del cauce frecuentemente seco y hacía perder la
memoria de que por donde una vez pasó el río, seguramente lo volvería hacer.
Muchos de los fallecidos vivían en estas chabolas.
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Una de las chabolas que la gente humilde tenía dentro del cauce del río. |
Valencia, en
la madrugada, tenía gritos de terror, crujidos de cristales reventados, de
muebles que flotaban, y muchos valencianos, a ambos márgenes del río, se
estaban ahogando en silencio.
La Plaza de
la Virgen no se mojó. La calle del Micalet, y la plaza Reina quedaron secas.
El
Palacio Arzobispal estaba sin inundación, como la subida del Palau. La Valencia
romana quedó intacta: la primera colina de la ciudad demostró que los
fundadores eran sin duda gente muy inteligente, que sabía dónde tenían que
situarse.
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Plano donde se distinguen las distintas de zonas de la ciudad afectadas. |
En cambio,
el antiguo ramal del río, que transcurría frente a la lonja, pasa por la Plaza
del Ayuntamiento y la calle de las Barcas hasta llegar a la ciudadela volvió a ser río. Este antiguo ramal era el que abrazaba por el Sur la isla
original sobre la que se fundó la ciudad de Valencia.
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Calle de las Barcas. |
A las tres
de la madrugada el Túria alcanzaba, en Manises, un nivel 8 metros superior a lo
normal. La ciudad recibía en esos momentos 2000m3/seg. Y el caudal seguía
creciendo.
Después del
puente del Ángel Custodio, tras socavar los cimientos del puente del tren a
Barcelona, el río dejaba atrás a la ciudad herida y se enseñoreaba del espacio,
camino del mar: Alquería de Tatay, Senda Carmona, Fray Galiana y Poeta
Sanmartí. Arrabales en la huerta, frente al camino de las Moreras.
El
cementerio del Grao fue destrozado, quedando los ataúdes a la vista fuera de los nichos.
Nazaret, Cantarranas, Malvarrosa, el Grao, Cabañal, Canyameral… la tragedia se
extendía y la riada había comenzado a llegar al mar.
La gente,
consternada, había dejado ya de oír la radio porque faltaba electricidad. Sólo
los dueños de los aún escasos radiotrasmisores escuchaban los mensajes de
alerta de Radio Nacional, de Radio Valencia, donde al final también faltó la
energía y todo se hizo silencio.

El río
siguió creciendo. El que estaba seguro, intentó cerrar los ojos y no pensar. Y
aunque muchos miles durmieron a pierna suelta, sin enterarse siquiera que había
una riada, para otros miles fue una noche que jamás olvidaron.
El Túria, a
las 4:30 de la madrugada, alcanzó su caudal máximo en esta primera riada, 2.700
m3/seg. A partir de esas horas descendió lentamente el nivel de las aguas, que
se fueron retirándose de las calles de la ciudad a lo largo de las dos horas
siguientes. En la presa de Manises el máximo sobre el caudal normal fue de 8
metros. Y a las seis de la madrugada ya se había reducido a 4 metros, cuando
empezaba a amanecer.
El ruido
del agua se mezclaba con el silencio de la ciudad. No había circulación, no
había coches, no había claxons. La gente no hablaba tampoco. Se oía pasar un mar
espeso de color chocolate. Pero el hombre callaba.
Las
principales autoridades valencianas, alcalde y gobernador, pasaron la noche
aislados en la Comandancia de Marina, rodeados por el agua y
sin comunicación con el exterior. Por tanto, el gobierno central, durante
varias horas, estuvo cabalmente ignorante de lo que ocurría en Valencia, y las
autoridades pasaron horas en la impotente situación de contemplar la inundación
son poder hacer nada al respecto.
No fue hasta
mediodía del día 14 cuando mediante un camión grande, fueron rescatados de la
Comandancia de Marina, convertida en una isla, las principales autoridades.
Aislamiento
e incomunicación fueron las claves de las primeras horas entre las autoridades, que habían de tomar las decisiones principales. A las 12 de la mañana del día
14, cuando los acontecimientos parecían tender a serenarse y ya se pensaba en la
recuperación del susto, nadie podía suponer que lo peor estaba por venir.

Cada casa,
cada portal, una historia distinta,
llena de angustias. Radios que enmudecen, temores que se confirman, sueño
imposible y espera del ausente. La mañana del 14 de octubre, para miles de
valencianos, fue la del estupor, la de preguntarse qué le había sucedido a su
ciudad.
Hacía la una
de la tarde, en Gobierno Civil y en el Ayuntamiento, no había duda alguna: la
nueva inundación, mayor que la primera, llamaba a la puerta.
A partir de
mediodía la confirmaron todos los puntos de referencia situados en el cauce del
río, desde Pedralba hasta Villamarxant. En este último pueblo, poco después de
la una de la tarde, el río iba mucho más alto que en la noche anterior.
El caudal era de 3.500m3/seg, (superaba el caudal del Nilo con 2.830 m3/seg) superior al de la primera inundación, y ésta tardó
más de 2 horas en recorrer los 30 km finales hacia el mar. La segunda riada
llegó a la capital sobre las 14:30 h. Curiosamente en estos momentos una
tormenta que llegaba a su vez desde el interior provocó el diluvio. El cielo y
el río se pusieron de acuerdo esta vez para apuntillar a la ya herida ciudad de
Valencia.
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Muchos valencianos perdieron sus hogares, las ruinas, como la de la imagen, se repetían por toda la ciudad. |
Ahora cedieron los cimientos, castigados ya
durante muchas horas. Cayeron casas y puentes. El río amplió sus marcas y se
abrió paso por una rambla, que según los estudiosos, había discurrido veinte siglos
atrás: El Carmen, la Plaza de Sant Jaume, la Bolseria, el Mercado y la calle de las Barcas. Era el curso secundario que terminaba de abrazar la isla donde se
asentaron los fundadores romanos.
La mayor
parte de los muertos los causó la primera venida, la que llegó de noche y a
traición, pero esta segunda hizo el daño mayor, tanto por la fuerza inusitada de
las aguas, como por la altura que alcanzó, metro y medio superior a la noche
anterior.
El informe
del general Gómez-Guillamón calculó que la
zona inundada, desde el azud de Rascanya al Mediterráneo era superior a
2.200 hectáreas. Desde las calles más señoriales hasta insólitos parajes
rurales estaban bajo el agua, desde cementerios a industrias químicas.
Hubo
angustia en los molinos y en las casas de riego donde nacían las viejas acequias, que
sangraban al Túria y también la hubo ante los escaparates de las tiendas de mayor
solera. La ancha franja ribereña, que se había inundado en la noche anterior, se
ensanchaba ahora generosamente, hasta
cubrir prácticamente toda la ciudad antigua, excepción hecha una vez más de la
colina fundacional que tiene su centro en las plazas de la Reina y de la Virgen.
La ronda
entera, las Grandes vías y el Ensanche, hasta las puertas de Ruzafa, eran del
agua. Después se inundó la huerta de Monteolivete, hasta Nazaret y la Punta, y
en la orilla izquierda desde el Llano del Real y la Alameda hasta Alboraya.
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Puente gótico del Mar |
Todos los
valencianos aprendieron aquel día, que los puentes que resistieron sin inmutarse
las dos grande avenidas del Turia fueron los cinco clásicos: San José,
Serranos, Trinidad , del Real y del Mar.
Todos los demás puentes, sufrieron notables deterioros. Los puentes clásicos,
los góticos, se comportaban de maravilla, el agua circulaba sin problemas aunque llevara
residuos o troncos.
Sobre las
18:30 las aguas fueron amainando. Había un millar de calles y plazas
convertidas en lagos de cieno y basuras. Unas 10.000 personas habían visto
violada la intimidad de su casa, inundada, cuando no destruida, y muchos de
ellos, sobre todo en la zona de Nazaret, esperaban sobre los tejados de las
casas a ser rescatados.
Cuando el
agua fue desapareciendo, las calles de la ciudad afectadas formaban una mezcla
de barro, ramas de árboles, muebles y cuerpos inertes.

Hay miles de
historias individuales que sirven para dar una idea de la magnitud de la
tragedia. Muchos de los fallecidos encontraron la muerte mientras dormían en
plantas bajas, que se conviertieron en verdaderas trampas mortales. Otros, pudieron ser avisados y subieron a los pisos más altos, viendo impotentes desde
los balcones como el agua entraba en sus casas y acababa con todas sus
pertenencias y recuerdos. Algunos tuvieron incluso que ser rescatados a través
del techo de sus casas cuando el agua les llegaba al cuello. Muchas iglesias
sirvieron de refugio en aquellos barrios donde con más saña se empleó el agua.
Tragedias como la de la desaparecida
calle Peñarrocha, donde tres pequeños fallecieron, dos hermanos y un primo de
estos, mientras la madre los oía gritar desde la habitación contigua, donde había
ido a salvar a su otro hijo, e impotente no pudo hacer nada para salvar a los
otros tres.
Este fue uno de los muchos ejemplos de la tragedia que vivió Valencia
en una fecha que quedó grabada en forma de lodo, agua y muerte en su historia.
Quizás, una
de las zonas más afectadas fue la zona de Nazaret, donde más de 5.000 personas
se quedaron sin hogar. En la terraza de una granja de gallinas se refugiaron
entre 70 y 80 personas, y allí estuvieron durante dos días y dos noches, sin
nada de comida, ni agua, viendo como un río desbocado arrastraba vacas,
caballos, pavos, gallinas, y toda clase de animales ahogados. El miedo se
convirtió en espanto cuando empezaron a ver desfilar ataúdes, probablemente del
cementerio del Grao que quedó arrasado por las aguas.
España
entera, se volcó en ayudar a Valencia. Una Valencia herida descubrió la gran
solidaridad que demostró todo el pueblo español, e incluso extranjero, a través
de envíos de comida, medicamentos y dinero. También se abrió una suscripción
anual a favor de Valencia.
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Anillo del Arzobispo Marcelino Olaechea |
Se
organizaron diversas subastas por toda España para recaudar fondos. Famosa
entre ellas fue la subasta de Radio Juventud de Murcia, que de la mano de un
joven locutor de 19 años, Adolfo
Fernández Aguilar, consiguió que su programa, en principio local, tuviera una
repercusión nacional, y donde se llegó a subastar el anillo pastoral del
Arzobispo de Valencia Don Marcelino Olaechea por más de un millón de pesetas. Uno
de los barrios que se construyó en la ciudad para dar cabída a los damnificados
recibió el nombre de la Fuensanta, en honor a los murcianos y la forma que se
volcaron con Valencia.
Comenzaba ahora a entablarse una nueva lid "La Batalla del Barro"
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Los vecinos se juntaban para colaborar a limpiar las calles. |
El término
Batalla de Barro lo acuñó Martin Dominguez en “Las provincias” el 22 de
octubre, la batalla del barro se inició de inmediato, la actividad empezó en
cuanto las aguas se retiraron y los valencianos se dieron cuenta, con pavor,
que la ciudad había quedado cubierta por una capa de lodo mezclada con
enseres, ramas, troncos, cañas... Muchas partes del
limo veían de capas de cultivo sin nada plantado en esa época del año y por
tanto desprovistas de protección.

El ejército
redujo la Batalla del Barro a unas 6 semanas cuando se temían que durará 6
meses. Cuando se quitó todo el barro y se secó el suelo, llegó el polvo. Algo más de 3000 soldados y 200 vehículos de todo tipo retiraron 1.120.000
toneladas de barro, encontrando un
promedio de 25 cm de barro en el suelo. Sirva un símil para hacerse a la idea de
la cantidad de barro que estas cifras suponían : harían falta un total de
86.154 camiones bañera de tres ejes, de los que hoy en día se utilizan para
movimientos de tierra, cuya capacidad de carga es de 13.000 kilos, para cargar toda esa cantidad de barro. Si se pusieran uno detrás de otro estos vehículos,
cuya longitud es de 8 metros, formarían una hilera de 689 km.
Llegó el momento de contabilizar las pérdidas...
Muchos se ha
hablado de la cifra de muertos que dejó tras de sí la riada, y aún a día de hoy
no está muy claro cual fue la cifra real de fallecidos. El porqué de este
misterio hay que buscarlo en dos factores principalmente. Por un lado, no hace
falta recordar que nos encontrábamos en pleno régimen franquista, donde tanto
la censura como la manipulación de cifras y datos estaba a la orden del día, por
otro lado en aquellos momentos había muchas personas indocumentadas que no existían
en los papeles ni en los censos, gente que vivía en la pobreza, o incluso aún intentaba pasar desapercibidos desde la Guerra Civil. Muchos
de ellos vivían en las chabolas que
poblaban el cauce del río turia, y
muchos de ellos murieron y desaparecieron en manos de la corriente sin que nadie
los reclamara. Se han manejado muchas
cifras y parece ser que se superaron con creces el centenar de muertos.
Como en
casi todas las tragedias, la desgracia se cebo con los más débiles el 63% de
los fallecidos eran niños menores de 15 años y un 36 % ancianos. El río que
muchas vece es símbolo de vida, esta vez
fue sinónimo de muerte.

Como en
todas la tragedias, se hicieron multitud de estudios para evaluar las pérdidas
y los datos que barajaban unos y otros fueron muy diferentes. Es evidente la
dificultad de hacer una evaluación en una situación como esta, en la que la
zona afectada fue tan grande y se vieron dañadas empresas, casas,
infraestructuras públicas, campos agrícolas, etc. Podemos aceptar que las pérdidas
se situaron entre los 3000 y los 5000 millones de pesetas.
Con todo lo que sucedió en la ciudad de Valencia, hizo que se tomará una solución que cambiaría el plano valenciano para siempre, El Plan Sur... pero eso es otro capítulo de nuestra historia.