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Olvidada tumba en el cementerio de Valencia |
JESÚS
Camí Real
Quisiera que hoy leyerais mis palabras, sin prisa alguna,
comprendiendo cada una de ellas, sintiéndolas desde lo más profundo de vuestras
almas…
Me gusta rondar por los camposantos porque son lugares llenos
de arte, para quienes lo sabemos apreciar, con estatuas dramáticas y teatrales
con infinitud de detalle, que rivalizan con la gracia de las más simples y
humildes. Pero para muchos de vosotros, solamente se trata de una
especie de jardín olvidado, lleno de estatuas frías sin sentimientos, de
miradas profundas y medias sonrisas congeladas, nostálgicas… junto un liviano
sol que no calienta, que poco a poco va desgastando el color de los mármoles de
las fachadas de estas últimas villas de
reposo eterno que se engalanan con el verdín del bronce bruñido o el húmedo
musgo. Algunas sin letras, haciendo olvidar hasta al morador del nombre que una
vez tuvo, y lo que es peor que quien pase por allí tampoco pueda leer su
nombre.
Porque no cuesta nada pararse a leer cada frase, cada poema
dedicado a esas personas que ya no están entre nosotros, o sus nombres e
imaginar cómo fueron sus vidas en tiempos pasados.
En todos los camposantos existe una maldición, se trata del
olvido. Porque al entrar en la corte del Reino de los Muertos, las visitas son
continuas acompañadas de flores, de velas, de oraciones… pero poco a poco
dejan de llegar las visitas, ya nadie pronuncia sus nombres, ni
limpia con nostalgia la antigua fotografía. Pero aun así hay quienes que los unos de
noviembre, un único día al año, deciden cruzar la oxidada y
pesada verja de la puerta de los cementerios, para visitar aquellos que allí residen.
Algunos posarían en sus vecinos sus miradas húmedas, si aún
tuvieran ojos, y algunos otros murmurarían envidiosos si aún conservaran sus
lenguas… Pero todos ellos se mueren
de aburrimiento, acostados en sus lechos de madera, con los brazos sobre el
pecho y contando los viejos pétalos de plástico, si es que aún tienen flores.
Condenados a una damnatio memoriae por
parte de aquellos que una vez les amaron. Ya lo decían los antiguos: olvidar es
morir dos veces.
Cuando paseo por los cementerios me viene a la mente aquel
poema de Bécquer que decía: ¡Dios mío que solos se quedan los muertos!
Porque seguramente las noches son frías y húmedas, se oye
quejarse a los recién llegados, los cuales duramente tendrán que acostumbrase a
este silencio, a este olvido en que nunca nadie ha sido preparado, porque en Vida no se habla del Mundo de los Muertos, todo es silencio,
no se quiere saber nada de los “eternos moradores” salvo que estos sean hijos
ilustres de la ciudad, famosos artistas, arquitectos, pintores, etc. Nunca hablan de ellos, nunca se piensa en ellos, cuando
alguien se muere es olvidado en unas pocas generaciones, un biznieto nunca
visitará a sus bisabuelos, ni muchos menos a sus tatarabuelos… ¡Si es que saben
dónde se hayan!
En unas décadas, tú callejero, te convertirás en un
antepasado olvidado, no pronunciaran tú nombre, no te llorarán…
Por eso quiero decirte que cuando alguien muere, no es el
final de la historia, hay que recordar la historia completa de esa persona, y
que un camposanto es un lugar conmovedor, lleno de esas historias… la madre que
ha perdido un hijo, ese bebé que voló al cielo nada más nacer, esos abuelos,
padres, esos hermanos, ese marido, esa esposa… es un lugar cargado de paz de tranquilidad…Por eso me gusta ir de vez en cuando a este lugar, e
imaginar donde acabarán mis restos, quienes descansaran junto a mí… quien se
parará un instante frente a mi lápida.
Así que desde aquí os pido que vayáis a visitarlos, no los olvidéis, que no cuenten viejos pétalos de plástico. Porque si los muertos hablaran os dirían: Recordadnos…