AVISO: La redacción de estos artículos se
realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados"
imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para
entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos.
Año
de Nuestro Señor 2020, décimo tercer día del mes de abril.
El
sabor de la torta de nueces y pasas aún perdura en mi boca, mis manos aún
conservan el aroma de la naranja. Ese ha sido mi desayuno de este día de hoy.
Después
de hacerlo me he puesto el ungüento de caléndula en mis manos y mi rostro, para
evitar la irritación de los guantes y el cubrebocas. Suspiro con fuerza
mientras me los coloco de nuevo, otro día más que hay que protegerse de esa
epidemia que parece que se ha quedado a vivir en Valencia.
El
último mes podría haber salido de un versículo del libro del Apocalipsis, con
sus jinetes sembrando el caos por donde pasan. El tiempo tampoco parece
acompañar, es cierto que ayer hizo ese sol típico de Pascua, pero hoy vaticina
el céfiro que volverán a rasgarse las nubes y a caer frías lágrimas en este
triste mes de abril. ¡Qué diferencia con el año pasado! Cuando había ido en
peregrinación por diversos monasterios de Valencia y Castellón.
Recuerdo
con nostalgia aquellos maravillosos días de sol y libertad. Aguardando la
esperanza de que pronto podrán volver. Ansío con ganas poder bañarme en el mar
por San Juan y hacer los rituales tradicionales de esa noche mágica.
Pero,
por ahora, tocar ir en peregrinación buscando las santas cruces del término de Valencia:
una vez que cerremos el circulo, la energía y la protección caerán sobre
nosotros.
Saco
el mapa de la ruta para consultar el plan establecido para hoy, la llamada Cruz
de la Pista de Silla. Por la ubicación en la que se halla seguramente que será
de factura nueva, por aquello que nos contó el párroco de San Isidro, cuando
Valencia mandó construir un río nuevo para su ciudad.
Sonrío
levemente. Si algo bueno tenemos los valencianos es que sabemos salir bien de
las desgracias que nos acontecen. El Turia se desborda y una devastación de
agua y barro destroza la ciudad. El primer día, asustados, observamos los
daños; el segundo día, enterramos a nuestros muertos, y al tercer día,
resucitamos la ciudad, y si para ello tenemos que desviar un río que parte la
ciudad desde época romana ¡lo hacemos!
Porque
los valencianos juntos pudimos hacerle frente a la desgracia y pagarlo
orgullosamente con ese pequeño tributo adicional que adjuntamos en las misivas
que durante más de veinte años. Tal vez, aquello solo fue un pequeño pellizco.
Pero en tiempos malos nos alimentamos de historias y creamos la leyenda de los
llamado sellos del Plan Sur y cómo, con ellos, pagamos un río grandioso.
Muchos
años después hemos hecho algo similar. Creamos el Hospital la Fe, uno de los
más importantes del reino, con prestigiosos médicos que nos han ayudado en
nuestros males. Ese hospital se quedó pequeño como el río y por eso que se
construyó el nuevo Hospital la Fe, de mayor capacidad: el edificio que ahora
ven mis ojos.
Aunque
no soy mucho de recorrer hospitales, no puedo negar que es un gran recinto, muy
bien dotado de instrumental médico y personal cualificado. Con esos médicos que
a día de hoy están luchando a «capa y espada» con esta epidemia, un duelo a
muerte para arrebatarle al enemigo la corona. Por eso creado un pequeño, pero
gran hospital de campaña en el solar de frente al hospital.
Mi
sangre valenciana está orgullosa, al saber todo esto que me han contado y que
ahora pueden ver mis ojos. Camino tan deprisa como pueden mis pasos, pues no
quiero molestar a la gente que ahí trabaja, pero tengo que bordear el hospital
provisional para llegar a mi destino.
Mis
botas pisan el polvo del camino, ya es terreno de «huerta» por decir algo, son
terrenos a los que los edificios en forma de arca no han llegado. Me alegro,
pues no me gustan, prefiero las casas de campo con su pequeño terreno
alrededor.
Un
rótulo metálico me avisa de que pronto llegaré a la «Autovía de Alicante con la
avenida de Ausias March». Miro a los pies y veo que hay dientes de león
amarillos, y algunos han cambiado la flor por esa espumosa pelusilla. Me agacho
y recojo uno de ellos con cuidado, para que no se deshaga, igual que hacía en
mi infancia. Cierro los ojos, pido un deseo acorde con el ambiente de estos
días, y soplo con todas mis fuerzas… me quedo mirando cómo la pelusa se
difumina en el cielo gris, mientras me pongo de nuevo el cubrebocas.
Las
hierbas del camino me dan alegría: pequeñas con sus florecillas unas, otras
largas hojas y algunas de más allá espinosas. Tuerzo a boca con disgusto al ver
desechos por todos lados, ensuciando el suelo. Botellas de vidrio, esos
cilindros metálicos que llevan zumo de frutas y hacen cosquillitas en la
garganta, estuches de papel donde van esos canutos que se prenden y su humo
huele mal, y otras cosas que no comprendo que son.
Estúpido
es el hombre. La criatura más insensata, pues venera a un dios invisible y
masacra una naturaleza visible, sin saber que esta naturaleza que él masacra es
el dios invisible que él venera.
Sufro
cuando veo basura en el campo, y son muchos los pasos que he dado por el campo,
contemplado esta falta de respeto que le ofrece la gente. Ignoran que la
Naturaleza nos hace el regalo más grande de todos: la vida, el resurgir una y
otra vez.
Pero
nosotros cargamos con esa cruz: no entender las cosas sencillas que nos rodean.
Rodeo el baladre de flores blancas evitando rozarlo, pues es sumamente venenoso
y, después de la «maldición de la primavera», prefiero no sufrir también de un
envenenamiento. Aun así, es hermoso verlo y está enorme decorando la base de la
cruz, que, como bien he intuido, es moderna.
Me
siento en el suelo, resguardándome de las corrientes que hacen los carros de
metal, sobre los ríos de asfalto negro, y saco un pliego nuevo para dibujar.
Tendré que darme prisa en acabar la peregrinación, pues ya he consumido más de
la mitad de mi carboncillo.
Ilustración Isabel Balensiya |
Es
muy sencilla de dibujar, no le añado mucho detalle. Apunto la descripción de
obra de Antonio Sacramento. Sobre un pedestal se eleva un Cristo crucificado en
forma «extraña», semeja como un lazo deshecho. Está realizado en hierro
patinado en oro. En la base, una esfera de piedra con el escudo de la ciudad y
una fecha: 3 de mayo de 1965.
Apenas
pasan carros por las vías, así que me quedo con las piernas cruzadas sobre la
tierra ante el crucifijo, mirando esas cintas de metal entrecruzadas, con los
ojos entrecerrados, en un acto subconsciente de poder hallar la imagen de la
divinidad. Unos minutos en señal de respeto, de devoción, de dar gracias por
todas las vivencias ocurridas estos días y por la suerte que he tenido hasta
llegar hasta donde estoy hoy y ser quien soy.
Observo el mapa y
calculo la ruta que aún me queda por seguir, ya falta poco para llegar al
final, para volver a ver brillar el sol de un nuevo amanecer.
COMENTARIOS DE LOS AMIGOS
DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL
13 de abril 2020. Capitulo: Pista
de Silla
Merche: Precioso.
34 653 99 ** **: Hola buenos días no
hablo mucho pero me gustan mucho tus historias estoy esperando todos los días.
Josefa: Gracias Isabel, espectacular...
Me ha encantado el párrafo de
Estúpido es el hombre.....
Manoli: Gracias Isabel
Pilar Alberti: Gracias Isabel.
MJ: Precioso Isabel
Enriqueta: Me ha gustado mucho tu
reflexión de hoy acerca del maltrato que el hombre da a la Naturaleza.Ojalá
reconsideremos nuestra pésima actitud y aprendamos a respetarla más.Gracias por
tu hermoso y significativo relato de hoy.Hasta mañana,Isabel
Rosa Ruiz: Gracias Isabel
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