AVISO: La redacción de estos artículos se realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados" imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos.
Año de
Nuestro Señor 2020, sexto día del mes de abril.
Después
de meditarlo mucho he decidido ir andando hasta Beniferri. Podría haber usado
las llamadas «estaciones» y viajar en esa bestia subterránea hasta allí, pero
preferí caminar.
La mañana
en este día de hoy acompaña. Aunque no hace calor el céfiro se ve despejado, el
sol brilla como un viejo escudo de latón al que aún no han pulido, pero que
cumple su cometido.
Recorro
la calle del Molino hasta salir al llamado Camino Nuevo de Paterna, sigo un
trecho por esta vía hasta la altura en que un pasado se encontraba el castillo
del señor de Benimàmet en la calle Bétera. De allí cruzo el asfalto para poder
adentrarme en el Camino Viejo de Paterna, pongo un pie en ese negro pavimento…
y tengo que dar un paso para atrás para que un carro blanco, en cuyo interior
resuena música, no me arrolle. Me arrimo al linde del puente, hasta llegar a
una altura en la que puedo saltar a la tierra de la huerta.
No hay ni
un alma en esa gran extensión de huerta que contemplan mis ojos. Es por eso por
lo que me quito los guantes y el cubreboca. Durante un tiempo quiero pasear por
la huerta sintiéndome libre, como lo hacía antes de que la epidemia nos
castigara.
Hincho
mis pulmones de aire, de un aire fresco y limpio. Tal vez más aún que cuando el
mal comenzó. Se nota que los labriegos no han visitado mucho sus tierras, y que
la primavera, ajena a todo lo ocurrido, se ha despertado con fuerza además de
ser bendecida por estas lluvias de días atrás.
A ambos
lados del camino se alzan hierbajos de todo tipo, desde las más vulgares y
rastreras plantas a algunas conocidas como el diente de león amarillo —recuerdo
de mi infancia—, a las flores rosadas de las malvas, a pequeñas florecillas
anónimas que con gracia despuntan sus capullos en cuajadas flores que, aunque
simples, llenas de hermosura. El campo huele a flores, es el aroma de la
primavera, la esencia de Valencia, que desde muy antaño disfrutaron los hombres
en esta maravillosa huerta.
Busco la
senda del padre Barranco y cierro los ojos, dejo la mente en blanco y escucho
cómo la brisa agita las hierbas de los lindes; algunas suenan secas. La tierra
se estruja viscosa bajo mis botas, es el fango de las lluvias acontecidas.
Extiendo la mano izquierda que va acariciando las plantas, la piel de mis
brazos se eriza, y un escalofrío placentero recorre mi espalda. Han sido muchos
días sin sentir el tacto de nada. Sólo a través de los finos guantes.
Me agacho
al suelo, cojo un puñado de tierra húmeda y la presiono entre mis dedos,
transmitiéndole mi calor y energía, se va convirtiendo en una masa homogénea
como la que trabaja un panadero. Tomo un poco más de tierra y sigo amasándola
entre mis manos, ahora decido darle forma y, aún con algo de torpeza, pues no
pertenezco al gremio de alfareros, creo un pequeño caballito de barro. Cojo un
par de espigas y clavo una en las nalgas en forma de cola, la otra la deshago a
trocitos y la coloco como si fuera la crin. Es una ofrenda a la libertad que
pronto tendremos. Volveremos a ser libres cual caballos salvajes. Saldremos de
nuestras casas al galope para volver a aventurarnos en el mundo.
Tengo
orgullo de mi obra y la dejo cual exvoto en el camino sobre unas piedras. A
unos pocos metros se encuentra la acequia de Mestalla, se arrodillo a su lado e
introduzco las manos en el agua fresca y clara que, abundante, fluye hacia la
ciudad. Veo cómo poco a poco el rastro de barro va desapareciendo de mis manos,
que minutos antes jugaban a ser las del Señor Creador.
Abro mi
saco y rebusco para extraer unas viandas y un poco de agua de la extraña
calabaza transparente. Me bebo la mitad sin miedo, pues aún conservo íntegras
tres más.
Me
refresco la cara en las aguas de Mestalla después de comer y continúo mi
camino. Quedan escasos pasos para abandonar la huerta y adentrarme en la
pedanía de... Beniferri.
Mi
corazón da un vuelco alarmado. Había supuesto que siendo del mismo territorio
Beniferri sería semejante a Benimàmet, con sus antiguas casitas de campo de los
burgueses. Con pequeñas edificaciones en forma de arca.
Cruzo
corriendo las sendas de asfalto evitando ser arrollado por alguno de esos
carros de metal, hasta ponerme a salvo en una senda flanqueada por altas
palmeras y setos verdes con flores violetas.
Voy
adentrándome en la población observando asombrado cómo un edificio se va
haciendo cada vez más y más grande ante mis ojos. Un sonido fuerte como una
trompeta me devuelve a la realidad con un grito de un hombre, procedente de un
carro que me recrimina que mire por donde camino.
Cruzo
rápido para ponerme a salvo en las orillas de piedra que son para los
transeúntes. Levanto la mirada lentamente abriendo la boca, que ya vuelve a
estar cubierta por el cubrebocas, al igual que mis manos llevan ahora guantes
blancos.
Ante mí
se alza imponente un gran... gran no, ¡grandioso edificio! Es de un color que
varía del negro carbón a gris acero desgastado. Tiene varias vidrieras sobre su
superficie, cada una de ellas entiendo que es una residencia. Comienzo a
contarlas, una, dos, tres, cuatro... seis, siete… catorce, quince... diecisiete
¿o eran dieciocho? Me descuento al mirar cómo en esos vidrios aún oscuros se
reflejan las nubes. Una construcción más alta que las catedrales que he visto
por España.
Vuelvo a
contar despacio. Veintinueve vidrieras. O lo que es lo mismo, pueden vivir
veintinueve familias en él.
Escucho
unas voces detrás de mí, están hablando también del edificio y sus medidas de
seguridad. Comentan que es el edificio habitado más alto de la ciudad de
Valencia, que se trata de un hotel con 309 habitaciones.
Doy un
traspiés tras la consternación. ¡Es una posada para 309 almas! Sin duda es obra
de Lucifer. Miro a mi alrededor, aunque no semejante altura, son bastantes
altos los edificios que me rodean. Los carros de metal, aunque pocos, pasan muy
rápidos ante mí.
Devuelvo
la mirada al edificio. Esto debe ser el infierno. No puede ser un lugar tan
frío e inhóspito obra de un Dios piadoso. Leo un rótulo que pone «Cortes
Valencianas». ¡Anda la Cruz! Se me había olvidado, ante tal dantesca visión
urbanística.
La hallo
ante mí, y es cuando descubro como tengo que «vadear» esos ríos de asfalto.
Existen unas líneas blancas pintadas en el suelo. Sólo tengo que mirar un farol
que tiene varios colores. Cuando esté rojo tengo que detenerme y dejar pasar
los carros, cuando esté verde puedo pasar yo.
Siento el
poder recorriéndome el cuerpo, mientras que piso las líneas blancas del suelo,
y tengo a los carros parados a mi lado derecho, como se dispone la guardia ante
un rey. Al final, piso la zona de piedra de los transeúntes y me presento ante
la cruz de factura moderna. Pero bastante atractiva a mis ojos.
Extraigo
un pliego de papel de debajo de mis ropas y me pongo a dibujar el crucifijo.
Añado su
descripción: sobre un basamento no muy alto y de bordes biselados hacia los
extremos, se alza un pilar de piedra. El crucero está formado por una especie
de cuerda retorcida que lo atraviesa. Construida en 1966 por Nassio Bayarri.
Guardo el
pliego y observo los carros, los imponentes edificios. Una sensación de
insignificancia debería recorrer mi cuerpo, pero no es así. Tal vez porque me
hallo reconfortado por esa cruz, que cristianiza el infernal lugar. Tenemos que
ser guerreros espirituales, tenemos que sacar fuerzas desde nuestro interior y
luchar. Luchar por salir adelante. Porque cada amanecer que pasa es una
victoria más en la batalla por arrebatarle la Corona a esta epidemia que reina
en nuestra ciudad.
Cierro el
puño estrujando con fuerza el mapa de la ruta. Alzo la mirada al cielo, el sol
ha vuelto a salir. Sonrío, sonrío como nunca he sonreído estos días. ¡Allá
vamos!
-----------------------------------------------------------------------------
COMENTARIOS DE LOS AMIGOS DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL
6 de abril 2020. Capitulo: Cortes Valencianas
Pilar: Excelente Isabel.
Gema: Muy conseguido.
Pilar Alberti: Maravilloso el relato.
Enriqueta: Gracias,Isabel,por los ánimos que trasmites en
tus relatos.Ojalá llegue pronto la victoria y salgamos a galope,como bien dices
en este último viaje de tu extraño peregrino.Fantástico.
Mari Carmen: Muy chulo Isabel gracias.Vaya imaginación
tienes
Sabin: Gracias, Isabel, por su aportación diaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario