jueves, 16 de abril de 2020

Cruz del Canyamelar (Cruces de Término# 15)

 

AVISO: La redacción de estos artículos se realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados" imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos. 

Año de Nuestro Señor 2020, décimo sexto día del mes de abril.

Esta será la última anotación que haré en este diario.

Me he levantado con ánimo, y feliz, del jergón de esa posada de la avenida de Puerto, el hostal parecía igual de limpio que lo fue anoche. A mis oídos llega una música alegre en un idioma desconocido para mí.

También, escucho el guirigay de las vecinas, que se asoman por el patio o corrala del edificio, para ponerse al día de las comadrerías que algunos escriben en esos folletines de desmentidero, con imágenes vergonzosas de gente popular de la sociedad, con sus escándalos en momentos de euforia o líos de faldas y  hablan de una tal Rosalía, de su cabello y de otra llamada Estefanía.

El lugar donde he pasado la noche no es más que una vivienda en esos edificios en forma de arca, pero bastante decorativo, que se erigen en el camino del Mar. Un piso cuyo propietario alquila por separado las habitaciones. Ahora, me hallo desayunando en una cocina de azulejería blanca y naranja, me he sentado junto a la ventana en un alto taburete y mantengo en mis manos una taza de loza desportillada por varios sitios y algo agrietada. La infusión de frutos del bosque es una delicia a mi paladar, al igual que el pequeño bollo redondo y espolvoreado con azúcar, que para ser un pan quemado no sabe tan mal.

Me despido del dueño del lugar, recojo mis escasas pertenencias y salgo a la calle. La ruta de hoy puede que sea un poco diferente.

Tengo que buscar la calle de Pintor Maella, no queda muy lejos de donde ayer estuve con la cruz. ¡Qué cambio! Ayer caía la lluvia sin cesar y hoy luce un bonito sol de abril, el ambiente está fresco, no por la temperatura, sino porque lo siento limpio.

Voy observando los edificios que se levantan a ambos lados de la calle. Para ser «edificios arca» no los veo tan mal como los que he visto hasta ahora. No sé por qué, pero la zona de la avenida del Puerto me está gustado, tal vez dentro de unos años pueda fijar aquí me residencia…

Llego a la primera meta de la ruta de hoy, un jardín con un pequeño palacio en su centro, una lujosa villa que pertenecía al señor de Ayora y por eso el jardín recibe el mismo nombre. Como no tengo que desviarme mucho del plan establecido, decido atravesar el jardín y contemplar la fuente con una figura femenina, los bancos invitan a sentarse, pero no es momento de detenerse. Encuentro unos grandiosos arboles cuyas extrañas raíces crecen de las ramas y llegan hasta el suelo, me dijeron en una ocasión que proceden de la lejana, exótica y misteriosa India.

Se oye el gorjeo que hacen las palomas mientras caminan, alguna mueve el cuello a golpecitos hacia delante, otras pican por el suelo en busca de comida y las últimas, más allá, alzan el vuelo entre las ramas de un árbol.

Pego un traspiés en una raíz de esos árboles; sobresale del suelo y por poco me caigo de bruces al sobre él. Mi manía de caminar mirando hacia arriba… algún día me matará.

Salgo del jardín y busco ahora la calle de los santos de Justo y Pastor, la tengo que recorrer hasta el final en dirección al mar. Sonrío levemente al ver cómo las escaleras de un embarcadero de gusano de metal se «pierden» bajo el suelo. Qué gran descubrimiento ha sido ese.

Delante de mí, encuentro un grandioso edificio de ladrillo rojo, con pequeñas ventanas. En la fachada, con letras azules, tiene rotulado «Poliesportiu Municipal Cabanyal-Canyamelar». Es uno de esos lugares donde la gente se reúne a practicar actividades físicas y cuidar sus cuerpos a la vez que se divierten.

A su lado derecho tiene una plazoleta. Me asomo a ella, pero no es la que estoy buscando. Cruzo la calle, rodeo otro edificio más y encuentro una plaza grande, y es así donde encuentro por fin la última de las cruces de término: con su hallazgo, cierro el círculo.

Se trata de la cruz del Canyamelar, nombre que viene del vocablo valenciano «canyamel» que significa caña de azúcar, tal vez, porque en un pasado ya lejano en este lugar fueran extensos campos donde se cultivaban estas caña .

En mitad de la plaza se eleva una base octogonal formada por tres gradas, sobre ella se levanta un pilar octogonal que, en cuyo capitel troncocónico, tiene esculpido el escudo de la ciudad. La cruz es sencilla, de brazos octogonales y acabados con una punta llamada de diamante. Una cruz simple sin decoración, propia de una zona humilde de pescadores. Al igual que muchas de las anteriores, fue destruida durante aquella guerra y sustituida por la que hoy ven mis ojos.

Con estas anotaciones acabo de completar el dibujo que he hecho de esta cruz. En esta ocasión no me quedo un rato contemplado el lugar, sino que me levanto de mi asiento, recojo rápidamente mis pertenencias y voy a buscar otro sitio mejor, para poder hacer algo que me acaba de venir a la mente.




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